Si tuvieses la suerte de viajar en el tiempo y tomarte una cerveza en la edad media, por ejemplo, no creo que te gustase mucho. O al menos te sabría rara. ¿Y sabes por qué? Por el lúpulo, ese ingrediente fundamental en las birras actuales, que se empezó a incluir de manera habitual en las recetas a partir del siglo XVI. Antes, y durante miles de años, lo que se añadía era una mezcla de hierbas y especias para lograr cambiar su sabor, aroma o el grado alcohólico de la cerveza. Podía ser miel, canela, azúcar, anís, jengibre, romero, claveles o incluso raíces.
Pero, fue de nuevo una mujer la que tuvo la maravillosa idea de añadir la flor femenina del lúpulo a la mezcla, alrededor del año 1100 d.C. Lo que pasa que mantuvo la receta en secreto para sus monjitas. Porque sí, era una monja. Y en el fondo es lógico, porque durante la baja y alta edad media, era realmente raro que alguien supiera escribir y leer. Y más aún que tuviera acceso a una biblioteca, tiempo para investigar o un huerto. ¿Y dónde pasaba todo esto? En los monasterios.
La protagonista de este post, nuestra Sister Act Cervecera es Hildegarda von Bingen (1098-1179) y pasó toda su vida en un monasterio benedictino alemán. De origen noble, era la menor de diez hermanos, y por ello fue entregada a la iglesia como diezmo. Su educación fue encomendada a otra mujer, la superiora Jutta Spanheim, que la formó en materias como el latín, griego, música, botánica y teología. A la edad de dieciocho años decide tomar los hábitos y es nombrada abadesa con 38 años.
A partir de aquí inició una gran actividad intelectual y, entre otras cosas, escribió un tratado sobre las bondades del lúpulo y otro sobre la cerveza y el empleo del lúpulo en la fabricación de esta. Hildegarda observó que las bebidas dulces eran muy populares y que el consumo elevado de estas potenciaba problemas de visión e incluso ceguera (seguramente debido a la diabetes). El amargor de la cerveza contrarrestaba el abuso del consumo de este tipo de bebidas. Ahora sabemos que el lúpulo también tiene propiedades antibióticas suaves y ayuda a eliminar algunos de los organismos presentes en el mosto de cerveza. Pero no sólo eso, ella buscaba una bebida sana y nutritiva. ¿Sabías que durante los periodos de ayuno en los conventos lo único que se tomaba era birra? Hildegarda von Bingen aconsejaba a las monjas bajo su mando que tomaran cerveza para “mantener las mejillas rosadas y las enfermedades alejadas”.
En Causa et curae, hace un alegato a favor de la cerveza: "Por su parte, la cerveza engorda las carnes y proporciona al hombre un color saludable de rostro, gracias a la fuerza y buena savia de su cereal. En cambio el agua debilita al hombre".
¿Has leído o has visto la película de El nombre de la Rosa? Yo me lo imagino así, una comunidad de monjas con su boticaria, su cultivadora de lúpulo y la madre abadesa probando las combinaciones para que la cerveza tuviese ese puntito exacto de amargor y frescor. Y todo esto mientas la santa (porque Hildegarda fue canonizada en 2013) escribía también dos tratados sobre medicina, música, teología, filosofía y… hasta explicaba a sus monjas el orgasmo femenino (este es otro tema, pero si os interesa ampliaré datos en nuestro directo en Instagram en el día 22/03).
En resumen, gracias a esta increíble mujer se identificó el lúpulo (que crecía salvajemente en la campiña de Baviera) como un ingrediente fundamental para la fabricación de la cerveza. Y fíjate, no fue hasta 1400 cuando este llegó a Holanda, y en 1519 fue condenada como una “mala hierba”. Hubo que esperar hasta el siglo XVI para que se incluyera como un ingrediente básico. Santa Hildegarda lo vio claro bastante antes. ¡Viva Santa Hildegarda!